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Financista del genocidio de Ruanda no pudo escapar y enfrenta juicio en Francia 25 años después

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Financista del genocidio de Ruanda no pudo escapar y enfrenta juicio en Francia 25 años después

Durante 25 años eludió su captura y ahora deberá responder ante el Tribunal Internacional de La Haya por genocida.

Redacción | Primer Informe

Félicien Kabuga, empresario considerado el hombre más rico de Ruanda a principios de la década de 1990, será juzgado por haber sido el artífice financiero del asesinato de un millón personas de la etnia tutsi ocurrido en 1994 en ese país africano.

Kabuga fue recientemente capturado en Francia, donde vivía escondido bajo una identidad falsa. Usaba el nombre Antoine Tounga y residía en un modesto departamento en la localidad de Arsène sur Seine, cerca de París.

El empresario, cuyo nombre apareció en el top 5 de los «avisos rojos» de Interpol, fue  finalmente alcanzado por la justicia luego de haber vivido impune durante 25 años.

Kabuga, quien se movía a la sombra de los hilos de poder de Ruanda, participó en el diseño de la operación genocida desde los sectores más radicales del Movimiento Revolucionario Nacional para el Desarrollo (MRND),  partido que gobernó Ruanda por tres décadas.

Con su dinero se instaló la Radio Televisión Libre des Milles Collines, que durante los meses que duró el genocidio emitió mensajes de odio, incitando a la población de la etnia hutu, mayoritaria en la nación africana, a asesinar a sus compatriotas tutsis.

Las masacres eran ejecutadas principalmente por los integrantes de milicia Interahamwe, un brazo armado no oficial del MRND, una facción de esa fuerza era comandada por el mismo Kabuga.

Entre sus métodos estaba establecer barricadas para controlar las tarjetas de identidad en las que se mencionaban los grupos étnicos: hutu, tutsi o twa. Los que se identificaran «tutsi» eran masacrados con machetes, cuchillos y bastones con clavos.

Mientras eso sucedía, la Radio Milles Collines decía  a los milicianos cosas como: «Las fosas están todavía vacías,  tienen que llenarlas», en una clara incitación al genocidio. Los directivos de la radio también han sido condenados por crímenes contra la humanidad.

La participación de Kabuga en el financiamiento del genocidio fue tan directa, que entre noviembre de 1993 y enero de 1994,  importó 50 toneladas de machetes provenientes de China y Reino Unido. Esas armas se guardarían en depósitos de su propiedad.

Un yerno de Kabuga también participó en una operación para emplear dinero otorgado en préstamos por el FMI para amar las milicias hutus locales que se encargarían de perseguir a los tutsis. Entonces se supo que el objetivo era asesinar 1.000 tutsis cada 20 minutos.

Financiamiento al genocidio

Kabuga, que tenía lazos de amistad con el presidente francés Francois Mitterrand, extrajo a su familia de Ruanda con destino a Francia, cuando vio recrudecer el conflicto, tras el asesinato del presidente Juvenal Habyarimana, a principios de 1994.

Sin embargo,  él permaneció en el país durante los tres meses en los que se ejecutó el genocidio. Su papel era muy importante en las  masacres de ruandeses tutsis que iban a suceder entre abril y  julio de 1994.

La acusación contra Kabuga dice que actuó con la intención de destruir, total o parcialmente, a las personas identificadas como tutsi. Entre los cargos que se le imputan están incluidos los de «genocidio», «incitación al genocidio» y «crímenes de lesa humanidad».

Como presidente del Fondo de Defensa Nacional (FDN) proporcionó asistencia para luchar contra los tutsis y los hutus moderados. Desde esa organización se lanzaban campañas que  instaban a los jóvenes de Ruanda, a aprender a usar armas tradicionales como arcos y flechas, lanzas y espadas, porque no habría tiempo para dotarlos de armamento moderno para la guerra.

Como presidente del FDN, abrió cuentas bancarias y recaudó fondos que  usó para comprar armas, vehículos y uniformes para los milicianos de Interahamwe, ejecutores del genocidio.

Así se fraguó la caída del genocida 

Francia, en su momento, miró para otro lado. El presidente Francois Mitterrand y su entorno se mantuvieron incrédulos ante el genocidio. Evaluaban el conflicto como una guerra civil más en un país africano.

Cuando vio la situación bélica perdida para su causa, Kabuga huyó a Zaire a mediados de 1994. Desde allí, voló a Suiza después de obtener una visa. En ese país logró tomar control de parte de su  fortuna y presentó una solicitud de asilo.

Las fosas comunes se convirtieron en algo común en Ruanda luego de que se perpetrara el genocidio contra los tutsis.

Pero su plan de establecerse se detuvo cuando un sobreviviente lo reconoció en un centro de refugiados cerca de Ginebra y lo denunció ante las autoridades. Fue deportado de vuelta a Zaire.

Entonces comienza para Kabuga una vida de fuga constante para evitar la búsqueda de la justicia internacional. Durante toda su vida como fugitivo, el empresario utilizó 26 identidades ficticias diferentes. Incluso tuvo pasaportes auténticos de Tanzania, Congo-Brazaville y la República Democrático del Congo.

Los investigadores del Tribunal Penal Internacional saben que a fines de la década de 1990 vivía en Kenia, que se había convertido en un refugio perfectamente seguro para los antiguos dignatarios del régimen extremista hutu. Se dice que Kabuga financió la reelección del presidente keniano Daniel Arap Moi, en 1997.

El FBI ofreció a finales de la década de 1990 $ 5 millones a cualquiera que ofreciera información que llevara a su captura. Incluso la agencia estadounidense ejecutó varios operativos para arrestarlo. Pero Kabuga logra escapar cada vez gracias a los cómplices de la policía de Kenia.

Finalmente, al ver el cerco estrecharse sobre él, a mediados de la década de 2000 el genocida se va a Europa.

En Francia contaba con una red de apoyo constituida por antiguos aliados que tenían años instalados en ese país. Allí pasó al menos un año antes de partir hacia Madagascar, donde vivió durante tres años.

El tiempo pasa, la justicia permanece

La hipótesis de complicidad francesa es probable, porque se crearon redes muy efectivas rápidamente después del genocidio. Un agente pro hutu trabajaba en el aeropuerto Roissy-Charles-de-Gaulle.  Emmanuel Rwirangira, quien llegó a Francia como refugiado, trabajó a fines de la década de 1990 como traductor de kinyarwanda, la lengua oficial ruandesa, en la sala de espera de Roissy.

Su trabajo ocultó una «misión» crucial: adaptar la historia de los refugiados para permitirles obtener entrada a Francia. Se presume que ayudó a cientos de sus compatriotas, que participaron probablemente en crímenes de guerra a entrar al país y mimetizarse en la sociedad francesa.

Estas armas eran usadas para asesinar a los tutsis.

Félicien Kabuga se benefició de la complicidad privada en Francia durante su carrera, en particular gracias a su dinero Hasta mediados de la década de 2000,  Kabuga no se preocupaba porque la justicia francesa no mostró entusiasmo en el enjuiciamiento de los presuntos genocidas ruandeses.

Todo cambia en abril de 2010. Ese año, Nicolás Sarkozy fue a Kigali, la capital ruandesa, para conmemorar las masacres. El presidente de la «ruptura» castigó los «errores de evaluación» cometidos por Francia en Ruanda.

Este cambio de orientación llevó dos años más tarde a la creación en París del «polo del genocidio», compuesto por magistrados e investigadores especializados. En el proceso, se creó una Oficina Central para Combatir los Crímenes contra la Humanidad (OCLCLH). Su lema en latín: «Hora fugit stat jus» («El tiempo pasa, la justicia permanece»).

El «polo del genocidio» y la Oficina serán los relevos en Francia del Tribunal Pena Internacional para Ruanda.

La captura de Kabuga

Esas instituciones iniciaron investigaciones, instalaron escuchas telefónicas y comenzaron los primeros procedimientos. De ese trabajo se produjeron tres condenas, incluidas las de dos ex alcaldes, Octavien Ngenzi y Tito Barahira, condenados a cadena perpetua por «delitos contra humanidad «y» genocidio «en 2018.

El primero vivió bajo una identidad falsa en Mayotte, el segundo obtuvo el estatus de refugiado y vivió en Toulouse. Los dos hombres fueron en parte responsables de haber organizado masacres, en particular la de la iglesia de su pueblo, Kabarando, el 13 de abril de 1994: alrededor de 2.000 personas fueron golpeadas con bastones  y luego cortadas con machetes durante casi siete horas .

Kabuga, escapó de la justicia durante todos estos años, pero  él no es el único. Las autoridades ruandesas consideran que alrededor de mil personas sospechosas de haber contribuido con las masacres siguen vivas y libres. La mayoría está repartida entre Uganda y la República Democrática del Congo. El resto en Canadá, Bélgica, Suiza.  En Francia, se sospecha que haya al menos cien prófugos.

Entre ellos, se encuentra la ex «primera dama» Agathe Habyarimana, viuda del presidente asesinado en 1994, quien ha vivido en Essonne, Francia, durante años. Ella es objeto de una orden de arresto internacional lanzada en 2009 por las autoridades ruandesas, pero la justicia francesa se niega a extraditarla porque arriesgaría su vida en Ruanda.

Una vida discreta para camuflarse

Independientemente, una pareja ha estado persiguiendo a los responsables del genocidio de Ruanda en suelo francés desde 2001. Bajo el nombre de Colectivo de Partidos Civiles para Ruanda (CPCR), Alain Gauthier y su esposa Dafroza, siguen la pista de los criminales de guerra hutu.

Según el Gauthier, algunos de estos sospechosos han creado «seudo-asociaciones humanitarias y culturales de Ruanda» en Francia.

Félicien Kabuga, por su parte, no creó nada, ya que consideró más prudente permanecer en absoluta discreción. No fue sino hasta la primavera de 2020 que fue arrestado, cerca de París.

Con la guerra y el genocidio tutsi, se produjo un éxodo masivo de ruandeses. Muchos morirían de cólera en campos de refugiados.

La captura del genocida

Kabuga usó la discreción como su mejor arma durante todo el tiempo que estuvo oculto en Europa. En ninguna de sus residencias, sus vecinos podían decir otra cosa a parte de que era alguien reservado y tranquilo. Eso si habían llegado a verlo.

Finalmente, el anciano solamente dependía de su más íntimo círculo de familiares, sus hijos, quienes lo resguardaban. Los hijos de Kabuga estaban todos en Europa. Ocho de ellos en Francia, y el resto en Bélgica y el Reino Unido. Conforme la salud del patriarca empeoró con la edad, el mejor lugar para cuidarlo era obviamente Francia. 

Allí llegó alrededor de 2009, proveniente de Alemania. Antes pasó por Bélgica y  Luxemburgo. Cuando residía en Frankfurt, casi pudo ser atrapado, luego de ser sometido a un procedimiento médico, pero escapó a tiempo. Sin embargo supieron que se había sometido a una cirugía para extraer un tumor benigno.

Del procedimiento le quedó una cicatriz en el cuello, que serviría para identificarlo y daños a las cuerdas vocales. Los investigadores también pudieron recolectar muestras de ADN.

En Francia, Kabuga vivió relativamente tranquilo, cerca de sus hijos, por más de diez años, casi sin levantar sospechas. No fue hasta 2019, cuando se arreció la vigilancia de la OCLCLH sobre el clan Kabuga.

Errores en la fuga

Finalmente, luego de mantenerse oculto por casi 30 años, el genocida Felicien Kabuga, deberá rendir cuentas a la justicia.

Dos errores cometieron los hijos del prófugo. El primero fue que todos  visitaban con frecuencia la localidad Asnière Sur Seine, y el rastro de sus teléfonos celulares siempre se detenía en el mismo lugar, el edificio donde vivía Kabuga, en el 97-99 de la calle Reverend-Père-Christian-Gilbert. Ese lugar no era residencia conocida de ninguno de ellos.

El otro error, fue que su hija Bernardette emitió un cheque por más de 10.000 euros para el hospital Beaujon, de  en donde le practicaron a Kabuga un procedimiento quirúrgico en el colon.

Sus movimientos bancarios, que estaban siendo vigilados, llevaron a los agentes de la OCLCLH a interrogar al personal del hospital. Allí les informaron que el pago correspondía al paciente Antoine Kounga.

 El 16 de mayo, a la primera hora de la mañana, la policía derribaba la puerta del departamento de Kabuga para encontrar al anciano genocida antes de tomar su desayuno y llevarlo finalmente a la justicia.

Con información de Le Monde

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