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Análisis: ¿Es España el país más polarizado de Occidente?

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Análisis: ¿Es España el país más polarizado de Occidente?

Según un estudio que analizó 76 encuestas electorales nacionales en 20 países entre los años 1996 y 2015, España resultó ser el país más polarizado, por encima de Estados Unidos, Gran Bretaña, Grecia, Francia o Canadá.

Rodrigo Terrasa | El Mundo

En España hay un 0,1% de votantes indecisos que antes de cada convocatoria electoral -últimamente ha habido unas cuantas- dudan entre darle su papeleta al Partido Popular o a Podemos. En serio, lo dice el CIS. ¿Pablo Casado o Pablo Iglesias? Mmm… No sé… Incluso hay un 0,1% de votantes que no tienen demasiado claro si confiar en Podemos o en Vox. Son, seguramente, los mismos a los que les da igual que la tortilla de patatas tenga o no cebolla, los que ven un Barça-Madrid pero les resbala quién gana. En esta España que históricamente son dos, ellos ni fu ni fa.

Son, diríamos, extremos equidistantes. No más de un 0,1% en un país abocado sin remedio a la gran radicalidad, en el que la brecha ideológica es cada vez más profunda y en el que ya no se discute si es mejor con cebolla o sin cebolla, sino, directamente, si la cebolla tiene o no derecho a existir.

Elija su bando porque España, un país históricamente lastrado por un cainismo casi patológico, es ya oficialmente el escenario más polarizado del mundo.

Incluso antes de que una pandemia zarandeara de nuevo el tablero político internacional, un estudio elaborado por profesores de Ciencia Política de las Universidades de Jerusalén y Princeton ya alertaba sobre cómo la ideología, la economía y el funcionamiento de las instituciones estaban dando forma a la llamada «polarización afectiva» en las políticas democráticas. El coronavirus sólo ha hecho más irrespirable el ambiente.

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Esa polarización afectiva de la que hablan los expertos calibra la aversión o la hostilidad política a partir del grado de rechazo que provocan en cada ciudadano los votantes de otros partidos o los líderes de otras siglas. Los autores de este último estudio analizaron 76 encuestas electorales nacionales en 20 países entre los años 1996 y 2015 y, sí, España resultó ser el país más polarizado. Ganamos a Grecia, a Francia o a Canadá y quedamos muy por delante de países como Gran Bretaña o Estados Unidos, pese a fenómenos tan intensos como el Brexit o la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.

«Todos los estudios dicen que son los países del sur de Europa, que fueron los que más severamente sufrieron la última gran crisis económica, los que están particularmente polarizados desde una perspectiva afectiva. Es decir, no es que sus partidos políticos presenten programas cada vez más extremos o dispares, porque no es así, sino que es en la sociedad donde cala que el rival político ya no es legítimo», advierte Lluís Orriols, doctor por la Universidad de Oxford y profesor y vicedecano de estudios de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid. «Se ha propagado la idea de que las opiniones distintas no valen, que el adversario ya no se confronta con sosiego ni debatiendo ideas, sino que el adversario no tiene legitimidad para estar en la competición».

O, como celebra Pablo Iglesias, hemos «naturalizado el insulto». El inaudito ataque del vicepresidente del Gobierno desde La Moncloa a la prensa es el más claro ejemplo de la deriva de un discurso político en el que todo vale con tal de no sucumbir ante quien se considera un enemigo político.

El análisis de las encuestas del CIS de la última década revela cómo ese clima ha penetrado en la sociedad y se ha traducido en el rechazo a los partidos por bloques ideológicos. En el año 2000, por ejemplo, sólo un 55,8% de la gente que se autoubicaba en la franja más a la derecha del tablero aseguraba que nunca votaría al PSOE. Hoy son ya el 84%. Igualmente, los votantes de izquierdas que dicen que no apoyarían al PP han pasado del 73,3% hace 10 años a casi un 90% en la actualidad.

Las diferencias son cada vez más grandes y en esta coctelera, sólo faltaba un ingrediente: Vox. Sumar un partido populista de derecha radical a un escenario de máxima polarización política tiene un efecto similar al de echar mentos en la coca cola. «La polarización ya existía antes de Vox pero ellos no surgen de la nada, aprovechan un caldo de cultivo que ya está en la sociedad española», matiza Mariano Torcal, catedrático de Ciencia Política de la Universitat Pompeu Fabra. «En los últimos años hemos visto cómo cada vez hay más confrontación política, más posturas irreconciliables, enemigos políticos en un debate en el que no se discute sobre propuestas concretas, sino sobre elementos identitarios. La generalización de ese discurso facilita la llegada de actores que se agarran a él y que en ese terreno resultan más creíbles que los partidos tradicionales. La llegada de Vox sólo añade más polarización y provoca además una contrarreacción, gente que se polariza aún más como respuesta a la propia existencia de Vox. Los partidos extremos sólo crecen en un caldo de cultivo de extremismo».

Según el CIS, el 95% de los votantes que se consideran a sí mismos muy de izquierdas nunca jamás votaría a alguien como Abascal.

Los trabajos de Mariano Torcal sitúan uno de los máximos picos de polarización en España en el periodo que va de diciembre de 2018 a febrero de 2019. Coincide con los primeros meses del Gobierno de Pedro Sánchez tras llegar al poder, por primera vez en la Historia, a través de una moción de censura y con sus intentos de abrir una mesa de diálogo con la Generalitat catalana tras el inagotable procés. «El presidente del Gobierno es el mayor traidor que tiene nuestra legalidad. Es un felón contra la propia continuidad histórica de la democracia española», dijo entonces Pablo Casado.

«El caso de España es particular porque aquí existe una polarización que se solapa en varias dimensiones«, explica Torcal. «Se mezcla la tensión entre el eje tradicional izquierda-derecha con la del eje territorial y eso provoca un contexto de polarización muy extremo». Un escenario, retrata el politólogo, en el que sólo se admiten «lealtades incontestables» o «descalificaciones absolutas».

– ¿Y cómo se sale de esta espiral?

– La polarización política no es mala de por sí. Hay un nivel de polarización que es necesario en todas las democracias porque facilita el debate, la disparidad de ideas para que los votantes encuentren alternativas y espacios para distintos razonamientos. El problema no es cuando los políticos discuten, sino cuando la polarización llega a tal extremo que ya nada es discutible.

El 15% de los españoles se ubica hoy en posiciones extremas cuando se les pregunta por su ideología, un porcentaje que duplica al de hace tres décadas.

(Leer la nota completa en ElMundo.es)

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