Análisis

ANÁLISIS: Cuba, en la encrucijada más allá de San Isidro

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ANÁLISIS: Cuba, en la encrucijada más allá de San Isidro

Más allá de la huelga de San Isidro, de las peticiones en el Ministerio de Cultura y de la manifestación “espontánea” del Parque Trillo en apoyo a “la Revolución”, los cubanos están en una encrucijada.

Alberto Méndez Castelló | Cubanet

Robar cámara es, en jerga de comediantes, aprovechar la imagen de otro para hacerse con el primer plano. Y Miguel Díaz-Canel, presidente designado por el general Raúl Castro, cubierto con la bandera cubana como en una performance estilo Otero Alcántara, acaba de robarse luces, cámaras y micrófonos en el Parque Trillo.

No es nuevo: Díaz-Canel suele copiar actuaciones de Fidel Castro. Sin embargo, a diferencia de la protesta conocida como El Maleconazo, en la que “el Comandante en Jefe” apareció en escena robándose la cámara del barullo; Díaz-Canel no tuvo ni la astucia ni las agallas de Fidel Castro para aparecerse en el Ministerio de Cultura el pasado viernes y dar la cara a manifestantes pacíficos, integrantes del gremio de las artes y las letras que, solamente, pedían libertad de expresión y de creación con apego a la Constitución de la República.

Díaz-Canel es un cuadro escogido, un líder nombrado y no natural; un “sobreviviente” lo llamó el general Raúl Castro en alusión al grupo de la nomenclatura defenestrado, entre ellos el muy encumbrado vicepresidente Carlos Lage y los cancilleres Roberto Robaina y Felipe Pérez Roque.

Si Díaz-Canel hubiera sido un líder nato, en lugar de actuar como un mal policía de estación ―esto es, sin vista larga, con paso lento y malas intenciones―, la visibilidad que personalidades e instituciones del mundo dieron a los huelguistas de San Isidro, las hubiera redireccionado hacia su persona y gobierno, congregando relaciones con países democráticos y organizaciones de derechos humanos internacionales, de las que tan necesitado está el régimen.

En lugar de robar cámara en una escena de utilería en el Parque Trillo este domingo, Díaz-Canel debió hacerse con las luces, las cámaras y la acción y aparecer en primer plano en el Ministerio de Cultura la madrugada del pasado viernes, frente a quienes pedían libertad de expresión, de creación y un debido proceso judicial, diciendo a los peticionarios la frase que él mismo suele repetir: “Vamos a destrabar cosas”.

Pero Díaz-Canel no lo hizo. Y perdió una página inédita en la historia reciente de Cuba. Dialogar con aplaudidores es cómodo y reconfortante entre narcisistas, pero negociar con discordantes fue “difícil”, reconoció el viceministro de Cultura Fernando Rojas encargado de la situación inesperada. Un hacedor y solucionador de entuertos de talla internacional, el comandante Piñeiro Barbarroja, hubiera aconsejado a Díaz-Canel aparecer sorpresivamente el viernes con el mejor de los semblantes, con “sonrisa Colgate”.

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El gobernante, como era de esperarse, prefirió la asesoría militar en lugar de la mediación de la Iglesia o de oficio. En Cuba, el ministro de Justicia, el presidente del Tribunal Supremo o la Fiscalía General son competentes para disponer la revisión de cualquier sentencia donde se haya impuesto privación de libertad, y esa era una de las peticiones de los huelguistas en San Isidro. Sin embargo, Díaz-Canel optó por un desalojo policial enmascarado mediante una combinación operativa con mal fingida utilidad pública.

Las instituciones policiales o de inteligencia de cualquier lugar del mundo ejecutan acciones encubiertas, haciéndolas pasar a la vista pública como hechos cotidianos o contingentes, pero siempre, con visos de normalidad y de respuesta creíble.

Cuando alguna de esas premisas de la combinación operativa falla, el arte operativo se transforma en payasada y, según el origen y las consecuencias de la bufonada, induce a la risa o a la cólera. Incluso a un estallido social. Ejemplos sobran en todo el mundo. Luego… no es mercenarismo sino ineptitud operativa y política lo que llevó a los manifestantes a las puertas del Ministerio de Cultura.

Sí. Es una respuesta psicológica. Debió ser la cólera, la impotencia ante una redada policial realizada para amordazar la libertad de expresión de un grupo de personas que estaban a la vista del mundo, reunidas en el interior de una vivienda del reparto San Isidro en La Habana. Los policías simularon capturar a un hipotético propagador de coronavirus llegado del extranjero ―¡qué paradoja permitir llegar hasta los huelguistas a un viajero y prohibirles el socorro de una monja!―, lo que hizo congregar a varias decenas de personas con vocación artística, valga decir libertaria frente al Ministerio de Cultura.

Ya Fidel Castro lo hizo, digamos, de forma intelectual y guerrillera: hizo creer a los cubanos en unas libertades plenas que nunca han poseído desde que Cristóbal Colón llegó a Cuba.

Digo intelectual porque convocó a escritores, cineastas, músicos, pintores, escultores, poetas, supuestamente a la conciencia crítica de la nación. Luego se descubriría que salvo en escasísimos ejemplos no existía tal conciencia crítica y sí unción al discurso oficial por conveniencias.

Y digo que Fidel Castro fusiló las aspiraciones libertarias de los cubanos de forma guerrillera porque, militarmente hablando, el teatro de operaciones no fue diseñado para una batalla entre iguales, sino para disparar a quemarropa sobre adversarios desprevenidos.

En esas circunstancias de desventaja teórica y logística, los hacedores de las artes y las letras en Cuba escucharon a Fidel Castro el 30 de junio de 1961 en la Biblioteca Nacional José Martí pronunciar la sentencia vigente hasta el día de hoy, y así lo muestran los hechos ocurridos por estos días en el barrio San Isidro, en el Ministerio de Cultura y en el Parque Trillo: “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho”.

El sofisma radica en que, para los que se hacen llamar revolucionarios en un país inmóvil, con calles ahuecadas, edificios derrumbándose, industrias obsoletas, ganado muriendo de hambre y sed y campos que un día fueron labrantíos y hoy están cubiertos de espinos, “la Revolución” es discurso, promesa y modus vivendi. Por supuesto, quienes se opongan a los discursos huecos, promesas incumplidas y modus vivendi de sedentarios obesos o de inspectores sin remedio son tachados de contrarrevolucionarios “sin ningún derecho”. Ironías del destino. El mismísimo Che Guevara criticó el llamado “realismo socialista” encerrando las artes dentro de la estética de los funcionarios.

Ahora la historia se repite y Díaz-Canel robando cámaras en una supuesta manifestación espontánea de jóvenes en el Parque Trillo, ya adelantó la respuesta que recibirán los peticionarios congregados en el Ministerio de Cultura en la tarde-noche del pasado viernes: “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho”.

Pero más allá de la huelga de San Isidro, de las peticiones en el Ministerio de Cultura y de la manifestación “espontánea” del Parque Trillo en apoyo a “la Revolución”, dentro y fuera de Cuba, los cubanos están en una encrucijada donde solo tienen dos senderos para seguir adelante: o prosiguen creyendo en el sofisma de la libertad que recupera consignas y viejos discursos estériles, o ejercitan por sí mismos sus derechos, aunque les lancen gas pimienta en los ojos y al final del día terminen en un calabozo. Una vida en cautiverio vale menos que un minuto en libertad.

 

 

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