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Así fue como dos adolescentes ucranianas lograron escapar del cautiverio ruso

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Así fue como dos adolescentes ucranianas lograron escapar del cautiverio ruso

Dos niñas de la ocupada ciudad de Kherson fueron llevadas lejos de casa y retenidas durante meses en condiciones de prisión, hasta que unos periodistas las ayudaron a huir.

Redacción | OCCRP

«Dijeron a todo el mundo que se levantara. Iban a tocar el himno ruso», recuerda Masha Senchuk, una adolescente vestida con una camiseta granate de Harry Potter.

«Bueno, otras chicas y yo no nos pusimos de pie para el himno. Así que nos retuvieron allí y empezaron a regañarnos».

La joven de 17 años de la ciudad ucraniana de Kherson describe lo que, en principio, no iba a ser más que unas vacaciones organizadas por las autoridades rusas: Un viaje de dos semanas desde su entonces ocupada ciudad natal a un centro turístico de Crimea.

Pero lo que ella y su mejor amiga pensaban que iba a ser un descanso soleado de la monotonía de la vida en tiempos de guerra se convirtió en un calvario de meses después de que las retuvieran contra su voluntad, las presionaran para que adquirieran la ciudadanía rusa y las alojaran en condiciones pésimas bajo la estrecha supervisión de vigilantes rusos.

Periodistas del centro ucraniano miembro del OCCRP, Slidstvo.Info, se pusieron en contacto con las dos jóvenes ucranianas el pasado otoño tras conocer su difícil situación a través de sus publicaciones en las redes sociales. Comunicándose en secreto, contaron que las mantenían como prisioneras virtuales lejos de casa tras haber sido engañadas para viajar a Crimea.

A ellas y a otros cientos de niños ucranianos se les presionó para que abandonaran su lengua materna y se convirtieran en ciudadanos rusos. A medida que pasaban las semanas, las dos amigas describían abusos verbales y amenazas aterradoras, al tiempo que capturaban fotos y vídeos de sus espartanas condiciones de vida.

La presión parecía aumentar día a día, y los periodistas sabían que publicar el material que habían obtenido podría poner a las chicas en grave peligro. Al encontrar poca ayuda de las autoridades ucranianas, decidieron ayudar a Nastia y Masha a escapar de los rusos y regresar a Ucrania.

Un nuevo documental que acaba de publicar Slidstvo.Info cuenta la historia.

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Acusación contra Putin

El 17 de marzo, la Corte Penal Internacional dictó una orden de detención contra el presidente ruso Vladimir Putin y Maria Lvova-Belova, su comisaria para los derechos de la infancia. Se les acusa de ser personalmente responsables de la deportación ilegal a gran escala de niños ucranianos a territorios controlados por Rusia, un crimen de guerra según el derecho internacional.

El gobierno ucraniano afirma que varios cientos de miles de niños han sido llevados a la fuerza a Rusia, y que se han identificado más de 19.000 casos concretos.

Según Daria Gerasymchuk, Comisaria Presidencial ucraniana para los Derechos de la Infancia, sólo unos pocos centenares han logrado regresar a casa.

«Detrás de cada una de estas cifras está el destino de un niño rescatado», afirma. «Así como una compleja operación especialmente diseñada [para traerlos a casa]».

Antes de la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia en febrero de 2022, Nastia y Masha estudiaban artes culinarias en Kherson, una próspera ciudad portuaria de casi 300.000 habitantes.

Pero Kherson fue ocupada en los primeros días de la guerra, cuando el ejército ruso arrasó la región, y cualquier perspectiva de seguir estudiando desapareció rápidamente. Durante los primeros meses de la ocupación, los rusos arrancaron los símbolos ucranianos, colgaron banderas rusas e instalaron una administración títere. Algunas instituciones educativas huyeron de la ciudad; las que se quedaron fueron incautadas y sometidas.

Sin embargo, al cabo de seis meses, Masha solicitó estudiar en una universidad de Kherson que había sido tomada por los rusos. Aunque no se impartían clases, su admisión tuvo una ventaja: le ofrecieron unas vacaciones gratis en Crimea.

Aunque las chicas vivían a pocas horas en coche de la península, antaño un popular destino de vacaciones de verano para los ucranianos, nunca habían estado allí. Rusia tomó Crimea en 2014, cuando ellas tenían 7 y 8 años.

«Le dije a Nastia que podíamos ir juntas», cuenta Masha. «Ella también se apuntó rápidamente y nos fuimos».

Masha y Nastia dicen que se fueron sin la aprobación de sus padres, y que los profesores «ayudaron» a ambas con sus documentos de permiso. En el caso de Masha, aceptaron un documento firmado por su prima, aunque deberían haberlo rellenado sus padres. En el caso de Nastya, dice, una mujer firmó en lugar de su madre e indicó que su edad era de 17 años en lugar de 18, porque el centro turístico de Crimea no aceptaba a un adulto legal.

«Nos dijeron que íbamos a pasar allí dos semanas, que éramos unos niños de vacaciones», cuenta Nastia. «Pensamos: ‘Genial, veremos Crimea, descansaremos'».

El 8 de octubre de 2022, Nastia y Masha comenzaron su viaje. Junto con otros cientos de niños, las llevaron a los complejos turísticos de Crimea en más de una docena de autobuses. Las dos amigas acabaron en un balneario llamado Zdravnytsia, en la ciudad de Evpatoriya.

Allí comenzó su «reeducación»: Himnos rusos, estudios rusos, reglas rusas.

La operación para lavar cerebros de Putin

Aún así, recuerda Nastia, estos primeros días no fueron tan malos. «En general, fue más o menos normal», dice, «si realmente hubiéramos estado allí dos semanas y nos hubieran llevado de vuelta».

Pero a medida que se acercaba la fecha límite, las chicas veían que no las iban a llevar a casa. Cuando preguntaron al director del centro si podían regresar a Kherson, les dijo que no.

Su justificación fue que el viaje de vuelta no era seguro: La posición rusa en la región se estaba volviendo precaria bajo el fuego ucraniano.

El 11 de noviembre, más de un mes después de que Masha y Nastia llegaran a Crimea, el ejército ucraniano liberó su ciudad natal. Los niños de Kherson se alegraron con la noticia, recuerda Nastia, una niña corría por los pasillos gritando «¡Jherson es libre! Gloria a Ucrania!». Pero también se dieron cuenta de que la noticia significaba que probablemente nunca volverían a casa.

«El Estado ocupante sabía lo que hacía», afirma Kateryna Rashevska, abogada de la organización ucraniana de derechos humanos Regional Center for Human Rights. «Las niñas fueron engañadas… Se les informó de que [su viaje] era por un periodo de tiempo determinado, a Crimea, de vacaciones. En realidad, son aspectos del secuestro infantil».

A finales de diciembre, Masha y Nastia fueron trasladadas repentinamente a una ciudad ucraniana cercana ocupada por Rusia, Henichesk, y colocadas en un colegio local.

«Nos llevaron a un dormitorio y nos dieron la habitación más horrible», cuenta Masha. «Entramos y me puse a llorar. Hacía mucho frío».

Fue entonces cuando los periodistas de Slidstvo.Info encontraron a las chicas a través de sus publicaciones en las redes sociales. A petición de los periodistas, filmaron sus precarias condiciones de vida. Era pleno invierno ucraniano, pero las habitaciones no tenían calefacción y los administradores rechazaron sus peticiones de más mantas y calefactores eléctricos.

«Nastia y yo dormíamos en la misma cama para mantenernos calientes», recuerda Masha. En las duchas compartidas por todo el piso sólo había agua caliente una vez al día, durante quince minutos cada vez.

«Allí estábamos bajo un control especial, nos controlaban a menudo», cuenta Nastia. «Los ‘niños normales’ [estudiantes locales] podían salir a pasear, pero cuando nosotros, por ejemplo, salíamos, nos preguntaban adónde íbamos. Yo digo: ‘A la tienda’. Y ellos dicen: ‘¿Por qué?'».

Aunque las dos chicas se sienten más cómodas hablando syrzhik, una mezcla de ruso y ucraniano, las presionaron para que se pasaran al ruso.

«En la escuela nos obligaban a escribir en ruso. Yo entendía lo que decían, pero seguía escribiendo en ucraniano. No sé escribir en ruso. Pensé que si aprendía a escribir en ruso, entonces me acostumbraría a escribir en ucraniano».

«No queríamos estudiar en esa universidad en absoluto», añade Masha.

En una ocasión, cuenta Nastia, un hombre le dijo: «Deja que te dé un libro de ruso, así aprenderás poco a poco».

«Le dije: ‘no, gracias'», recuerda. «‘Me vuelvo a Ucrania’. Entonces empezó a decir algo sobre la ingenuidad. Intentaron convencerme de que si me iba, sería a Rusia o a ninguna parte».

Las chicas dicen que los administradores de la universidad dijeron a todos los niños ucranianos que solicitaran pasaportes rusos, porque tendrían exámenes en verano y no podrían aprobar sin documentos rusos.

Derechos violados

Las autoridades ucranianas consideran ese trato un signo de genocidio: un intento de acabar con todo un pueblo y su cultura. Gerasymchuk, responsable de los derechos de la infancia, afirma que cuando el gobierno entrevistó a los niños que habían conseguido regresar a Ucrania, éstos contaron que los habían aislado completamente de sus familias y les habían instado a asimilarse.

«A casi todos los niños que se llevaron, los rusos les quitaron inmediatamente sus teléfonos móviles, lo que significa que hicieron todo lo posible para impedir que el niño se reuniera con sus familias», afirma.

«Los rusos están obligando a los niños ucranianos a aprender la lengua, la cultura y la historia rusas, a amar a Putin y a agradecerle su salvación. Al ponerlos al cuidado de ciudadanos rusos, están ‘anulándolos’ todo lo posible y borrando su identidad como parte de la nación ucraniana. Quieren criar combatientes que luego vayan contra Ucrania».

La situación de Masha y Nastia se volvió más tensa. El trato que recibían era cada vez peor: Un día, suplicaron a un periodista que «las sacara el lunes».

«Nos dijeron que el lunes vendría gente de la comandancia militar [rusa]», dijo Nastia a los periodistas.

Los soldados eran conocidos por su agresividad contra los niños que habían gritado consignas patrióticas ucranianas, dijo, amenazando con «coserles la boca con hilo negro». Oyó que se habían llevado a dos niños a algo llamado «la fosa».

Desesperados por rescatar a las chicas, los periodistas se pusieron en contacto con varias líneas directas, entre ellas el Ministerio de Reintegración, el defensor del pueblo ucraniano para los derechos humanos y una ONG llamada Save Ukraine. Ninguno quiso hacerse cargo del traslado de menores sin el permiso oficial de los padres.

La madre de Masha no quería en absoluto que regresara a Ucrania, presionándola para que obtuviera un pasaporte ruso y permaneciera en territorio ocupado. Su padre -a quien Masha quería regresar- no apoyaba a los rusos, pero temía que pudiera resultar herida o muerta si intentaba escapar.

Los reporteros decidieron que la única manera era organizar ellos mismos la huida de las niñas. Aprovechando un permiso de fin de semana para visitar a la madre de una de ellas, Nastia y Masha abandonaron el dormitorio.

Pero aunque los administradores de la universidad esperaban que regresaran el lunes, para entonces las chicas ya estaban de camino a casa.

Los detalles del viaje no pueden revelarse aquí, por temor a que otros niños ucranianos no puedan utilizar las mismas vías de escape. Pero su viaje hacia Ucrania llevó primero a Nastia y Masha mucho más adentro en Rusia. En una serie de autobuses y coches privados organizados por los periodistas, las niñas viajaron durante cuatro días en un viaje de ida y vuelta que incluía varios países, aunque su ciudad natal estaba a sólo 200 kilómetros de donde empezaron.

Para ayudarlas a pasar varias fronteras y puestos de control, inventaron la historia de que iban a asistir a una boda en San Petersburgo. Introdujeron a una reportera en su teléfono como «tía Yuliya» y se comunicaron con ella como si fuera un familiar.

Los reporteros sabían que, en cuanto se echara en falta a las chicas, las autoridades rusas podrían dictar una orden de búsqueda contra ellas. Si el mensaje llegaba a tiempo a las autoridades fronterizas, se podía impedir que las niñas salieran del país cuando las autoridades comprobaran sus pasaportes.

Cada vez que podían, las chicas informaban a los periodistas sobre sus progresos, aunque hubo un periodo aterrador en el que se desconectaron.

Lo peor, dicen, fue en el último control fronterizo ruso antes de entrar en la Unión Europea.

«Estuvimos fuera cinco horas, nos controlaron muchos documentos. Nevaba mucho y hacía mucho frío», recuerda Nastia. Estaban especialmente preocupadas por Masha, a la que podían denegar el paso por ser menor de edad.

«Yo subí primero, Nastia se puso detrás de mí», cuenta Masha. «Le di al guardia fronterizo mis documentos. Llamó a algún sitio y preguntó si podía pasar. Dijeron que sí, selló los documentos y me los devolvió».

Por fin, las chicas estaban de vuelta en Kiev tras 11 meses bajo la ocupación rusa. Les maravillaba oír hablar ucraniano por la calle y ver los precios en las tiendas en jrivnias en lugar de rublos.

Nastya se quedó en la capital ucraniana, mientras que los periodistas llevaron a Masha, la más joven, de vuelta con su padre Vitaliy, que ahora vive en una pequeña ciudad del centro de Ucrania.

«No sabía que Masha se había ido», dijo Vitaliy. «Si lo hubiera sabido, no la habría dejado marchar».

También dijo que había hablado por teléfono con uno de los profesores de su hija en el colegio de Henichesk.

La profesora se quejaba de que Masha había abandonado sus estudios. «Le digo: ‘Ella estudia en Kherson. Estudió y sigue estudiando'», recuerda Vitaliy. «Ella dice: ‘No nos metamos en política'».

«Matan a nuestros hijos, a las mujeres embarazadas, y dicen: ‘No hablemos de política'».

Este artículo fue publicado por OCCRP, con el título ‘How Two Ukrainian Teenagers Escaped Russian Captivity‘.

 

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