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Así fue el milagro por el que beatificaron a José Gregorio Hernández

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Así fue el milagro por el que beatificaron a José Gregorio Hernández

La crónica del portal Historias que Laten, detalla lo que vivió la pequeña Yazuri en San Fernando de Apure, población llanera al suroeste de Venezuela, cuando recibió el milagro del beato doctor José Gregorio Hernández.

Fabiana Ortega | Historias que laten

Aunque son miles los favores de sanación que los devotos refieren al doctor José Gregorio Hernández, apenas tres presuntos milagros han sido estudiados en el Vaticano para reconocer su santidad. La extraordinaria recuperación sin secuelas de una niña que recibió un disparo en la cabeza en un intento de robo es el caso que, después de 70 años de iniciada la primera Causa de Beatificación, comprueba su intercesión divina y lo convierte en el primer beato laico de Venezuela. Esta es la historia de cómo la pequeña Xury se convirtió en la niña del milagro

—¡Corre, la niña está herida! ¡La niña está herida!

—¿Herida? ¡¿Cómo herida?! —gritó Carmen Ortega a su esposo al verlo llegar aturdido al patio de su casa de bahareque.

Unos delincuentes del caserío donde viven, minutos antes, intentaron robarle la moto. Como se negó, dispararon contra él pero el tiro lo recibió su hija de 10 años, detrás de la oreja derecha. Ella, como es común en esa región, viajaba de parrillera y sin casco.

Aquel viernes 10 de marzo de 2017 el pueblo estaba de juerga. Eran tiempos de fiestas patronales en Mangas Coberas, un minúsculo y recóndito lugar que colinda entre los estados Guárico y Apure, al sureste de Venezuela. Tan olvidado, que los habitantes del lugar llevan siete años sin electricidad, desde que se dañó una planta que la Alcaldía de Guayabal había donado y que más nunca repararon.

—Cuando yo ví a mi niña la agarré en mis brazos —suelta Carmen.

Hace años perdió a otra hija apenas con días de nacida, recuerda, por una deficiencia cardíaca.

—Entonces ahí mismo yo como pude agarré a mi muchacha (porque ella no cayó de la moto) y me fui corriendo pa’ dentro e’ la casa con la niña y le digo a su hermana: “¡Yeisy, mami! ¡Mi niña se me va a morir, mi niña!”. “¡No, mami! ¡La niña no se va a morir!”, me decía su hermana desesperada.

—¡Mami, consigue rápido un carro, un motor! ¡A Xury la hirieron! ¡Xury está herida! —cuenta Carmen que le decía a Yeisy.

La cobertura telefónica en el interior del país suele ser errática. Debido a las continuas fallas eléctricas y apagones, las señales de las operadores en móviles tienden a caerse. Por suerte, aquel viernes de marzo la llamada de emergencia sí entró. Eran pasadas las tres de la tarde cuando sonó el teléfono en casa de su cuñado, situada a unos diez minutos de distancia cruzando el río Apure en “motor”, como llaman a las canoas. De inmediato fue a rescatarla.

—Yo agarré a mi niña —cuenta Carmen—. Le quité la camisa que tenía y me la llevé embojota’ en un paño. Sácame rápido para allá, le grité. Y  él me dijo: “¡Vístete!”. “¡Qué vístete ni qué nada! ¡Yo estoy luchando con mi hija!”.

(Fotos: Fabiana Ortega y Simón Falcón)

La madre de Xury creció viendo una estampita con la imagen de José Gregorio Hernández. El médico venezolano es un ícono de la religiosidad popular, inclusive fuera del territorio nacional, donde le llaman “San Gregorio”, a pesar de aún no ser reconocido como tal por la Iglesia. Su fama de santidad cobró fuerza desde su fatídica muerte el 29 de junio de 1919 cuando fue atropellado en Caracas y se fracturó el cráneo al caer en la acera. “¡Ha muerto un santo!”, exclamaron los venezolanos en los actos fúnebres que se realizaron en todo el país. Treinta años después, en 1949, fue cuando se abrió la solicitud de beatificación de José Gregorio Hernández.

Pese a no saber rezar ni el Padre Nuestro, Carmen, de 35 años, creció con la fiel tradición de orar a Dios. Sus seis hijos, asegura, han sido bautizados en la única capilla que existe en Mangas Coberas. Una comunidad en su mayoría evangélica, y por ende, con habitantes no creyentes en “figuras de yeso”.

—Entonces yo me hinqué de rodillas en el piso, con la niña en los brazos, y le dije: “Bueno, mi Dios, si me quitaste una niña primero, no me vayas a quitar ésta. Es tuya. Te la voy a entregar a ti y al doctor José Gregorio Hernández, ya que tú eres el médico de los pobres. Tú eres el que lo ayuda a uno”. Entonces yo en ese momento pegué un grito duro que eso se oyó como algo, no sé. Y ahí se me quitó todo. Yo en ese momento sentí mucha fuerza para yo llevar a mi muchacha —recuerda Carmen.

En ese momento la madre prometió como recompensa mandarle a hacer una muñequita de plata y llevársela a donde están sus restos en Caracas, una ciudad a la que nunca ha viajado.

—¡Yo no sé dónde está, pero donde esté él yo tengo que ir! —jura sentada en una mesa de plástico, bajo la sombra de un árbol en su patio, mientras el resto de sus hijos y dos nietos juegan descalzos cerca del “motor” dañado y estacionado a orillas del río, que noche tras noche cuidan para que no se lo roben.

Los restos del “venerable”, título que le concedió el Papa Juan Pablo II a José Gregorio Hernández -un paso previo para ser considerado Beato-, reposan en la iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria, en el centro de la capital venezolana, luego de ser trasladados por seguridad desde el Cementerio del Sur, su sepulcro original y donde le pagaban promesa sus devotos.

Cuando Carmen dio a luz a Yaxuri aún no le había escogido nombre. Fue la enfermera quien sugirió, inspirada en aquella famosa canción de 2009, ponerle “Yasuri Yamileth”.

—”¿Te gusta Yaxuri Yamileth?”, me preguntó. Y le dije: “Yaxuri sí. Yamilet no pa’ que no tenga el nombre de la cantante”.

De sus seis hijos, “Xury”, como le dicen por cariño sus hermanos, es muy dulce y alegre. Sonríe con la mirada y es de poco hablar. Aunque de entrada resulta tímida le gusta cantar coplas y bailar. Si le preguntan por su plato favorito diría que es la carne en vara. Un vaso de “Nutella” también entra en la lista. Las pulseras que lleva en ambas muñecas y su camisa rosada hablan de la coquetería propia de quien hoy día es una preadolescente. Sus rizos azabache los doblega con gelatina y cuando se peina con un par de trenzas, salta a la vista la cicatriz de aquella bala de escopeta.

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Carmen, en aquella tarde de marzo, no podía hallarse sin su niña al lado. Como madre temía encarar, una vez más, el dolor de una pérdida. La rabia y el miedo le dieron una nueva sacudida.

(Fotos: Fabiana Ortega y Simón Falcón)

Mangas Coberas queda a unos 303 kilómetros de distancia de Caracas, en Guárico, y pertenece a la parroquia Cazorla, donde habitan poco más de 7.000 habitantes, según el último censo del Instituto Nacional de Estadísticas de 2011. Para llegar allí hay que navegar dos horas y media en canoa desde el pueblo de Arichuna, en el estado Apure, atravesando el río Apure.

Viajar en una lancha de metal, de unos doce metros, brinda el privilegio de irrumpir, bajo cielo abierto, el segundo río más importante de Venezuela y ver reflejadas en sus aguas turbias las nubes que acompañan el trayecto.

Ese viernes 10 de marzo coincidió con una efeméride muy simbólica para quienes practican el oficio de sanar a las personas. Se cumplían 231 años del nacimiento del doctor José María Vargas, considerado el padre de la medicina en Venezuela. Tal día como aquel viernes, se estaba celebrando el Día del Médico.

Esa tarde, a Carmen le tocó atravesar el río y también remar a contracorriente de sus temores. Su mirada estaba fijada única y exclusivamente en su niña. En aquella canoa viajaba con su hija herida y con su cuñado, pero también con la desesperación a cuestas.

Con un envase semivacío de alcohol buscaba mantenerla despierta y consciente, mientras llegaban de nuevo a la casa de su suegra. Una vez allí, el cuñado las llevó en su carro hasta la ciudad más cercana, San Fernando de Apure. El camino por carretera sería más rápido aunque implicaría casi dos horas más de viaje.

—Echar este cuento no es fácil. Cuando me entristezco, José Gregorio me da fuerzas. Él me respalda para que no me ponga mal. Porque ¡no es fácil echar este cuento! —insiste Carmen con la mirada perdida, mientras al fondo se escucha la risa de sus nietos y el aleteo de un pavo real que danza cerca de sus pies, en el patio de su casa.

Enrique López Loyo, presidente de la Academia de Medicina venezolana, asegura que el doctor José Gregorio Hernández es una figura que logró unir la ciencia y la fe. Refiere que fue gracias a su formación en París (la meca de la medicina en el siglo XX) y a su vocación de servicio desinteresado, que logró ganarse el cariño de la gente en vida y también después de la muerte.

—Cuando llegamos a ver a los enfermos en los hospitales, los pacientes lo primero que tienen en sus camas, al pie de ella o sobre su cabeza, es una imagen de José Gregorio Hernández, pegada con cualquier cosa que consigan. Allí está la fe del pueblo venezolano. Y nosotros cuando colocamos una terapia, así sea la efectiva, y el paciente mejora le decimos: ¡Gracias al doctor José Gregorio Hernández! A veces, cuando regresamos del fin de semana y nos reunimos antes de ver a los pacientes o al terminar de verlos, decimos ¡Por acá pasó revista José Gregorio Hernández —comenta López Loyo.

La devoción por el médico, el científico y el académico se ve reflejada en la cotidianidad de muchos quienes llevan consigo estampitas, llaveros o medallas. También es muy común ver su imagen en pendones, grafitis, o en alguna parte trasera de los autobuses.

En su natal pueblo Isnotú, en el estado andino de Trujillo, está ubicado su santuario repleto de placas de agradecimiento por los favores y gracias recibidos.

—¡Yo siempre digo: Si el enfermo se cura es culpa del doctor José Gregorio Hernández. Si al enfermo no le va bien es culpa del médico! —bromea el doctor Leopoldo Briceño Irragory, individuo de número de la Academia Nacional de Medicina.

Aquel viernes por la tarde las alarmas en el pueblo ya estaban encendidas. Sabían de una niña herida de gravedad camino al Hospital Pablo Acosta Ortiz, el único del estado vecino. Había perdido sangre y también masa encefálica.

En la larga y amplia carretera de Guayabal los alcanzó una ambulancia que había atendido al llamado y salió a auxiliarlos, minutos antes, apenas con un chofer y una tabla de madera.

(Fotos: Fabiana Ortega y Simón Falcón)

—Todo se alineó ese día para recibir a Yaxuri, por ser el Día del Médico, una guardia 24 horas, prácticamente un día feriado. Todos los médicos que llamé ese día me atendieron. Creo que ya a las seis de la tarde todo San Fernando de Apure sabía el problema en el que estábamos —dice la pediatra Yenny Solórzano, quien recibió a Yaxuri en la puerta de emergencia.

La médica admite que en la actualidad son pocos los menores que pueden ser atendidos debido a las limitantes de combustible y transporte de los padres para llegar al centro de salud pública que también recibe pacientes referidos de los estados cercanos como Barinas, Amazonas y Bolívar.

—En ese momento, hasta ambulancia había porque nunca hay. Ese día todo lo que necesitábamos aparecía milagrosamente: antibióticos, hemoderivados, vía central (catéter). Bueno, todas las condiciones se dieron en ese momento. Evidentemente que aquí está una mano divina metida —recuerda la pediatra.

Las heridas por armas de fuego, por su amplia afectación del esqueleto y las partes blandas faciales, son traumatismos casi siempre acompañados de secuelas que alteran de forma irreversible la vida del paciente, explican los expertos. Son traumatismos graves con muy alta supervivencia, pero mucha morbilidad asociada.

—Generalmente cuando los pacientes llegan con un politraumatismo generado por un arma de fuego, como en el caso de Yaxuri, uno cree o espera que se desarrolle un escenario totalmente diferente. Porque no es usual que un paciente con las heridas como las que ella presentó tenga el feliz término que hoy día tiene —resalta el pediatra Juan Carlos Rodríguez, quien era residente para ese entonces.

Discapacidad en la motricidad o en el lenguaje, la memoria y la vista son por lo general las huellas o secuelas en este tipo de casos.

—Todo coincidió en algo diferente. Como que Dios lo puso ahí —resume la doctora Elizabeth Sosa, perito médico del tribunal eclesiástico que estudió el caso en Venezuela, previo a la presentación del dossier en el Vaticano que se introdujo desde enero de 2019, en la Causa de la Congregación de los Santos, para la aprobación de médicos, teólogos y cardenales de la Santa Sede.

Al menos diez especialistas atendieron el caso de Yaxuri, entre internistas, pediatras, neurocirujanos, residentes y anestesiólogos. Todos fueron interrogados en el tribunal eclesiástico para armar el expediente.

Lea el resto de la crónica ‘La niña del milagro’, de Historias que laten, aquí.

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