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Por qué Oslo no podría resolver los problemas de muchos altos chavistas

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Por qué Oslo no podría resolver los problemas de muchos altos chavistas

Las negociaciones en Oslo se exponen a importantes escollos en los que Estados Unidos tiene la última palabra, y que implican a la plana mayor del chavismo-madurismo. Este es mí análisis:

Casto Ocando | @cocando

La historia de Noruega como negociador de complejos conflictos regionales ha producido, en el mejor de los casos, resultados mixtos: una mezcla de importantes triunfos, pero también de notables fracasos.

Negociadores de Oslo, por ejemplo, ayudaron a ponerle fin a dos guerras civiles sangrientas y complejas: Mali, en 1995, y Guatemala, en 1996. Apoyaron acuerdos de paz en países tan diversos como Afganistán, Myanmar, Nepal, Filipinas, Somalia y Sri Lanka.

Sin embargo, varias de las negociaciones impulsadas por Oslo no lograron el objetivo final buscado de detener la violencia o disminuir la criminalidad en los países implicados.

Los famosos Acuerdos de Oslo, por ejemplo, que sentaron en la misma mesa a representantes de Israel y de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) entre 1992 y 1993, lograron importantes compromisos, pero no detuvieron la violencia en el Medio Oriente.

Casi lo mismo puede decirse que ocurrió con el proceso de paz en Colombia, que tuvo lugar entre 2012 y 2016, bajo el patrocinio de gobiernos izquierdistas como la Cuba de los Castro, el Brasil de Dilma Rousseff, el Ecuador de Rafael Correa, y la Venezuela de Chávez-Maduro.

Los acuerdos facilitados por Oslo, La Habana y Caracas fueron exhibidos como un éxito sin precedentes para poner fin a un conflicto violento que se extendía por más de 65 años.

Los noruegos incluso cabildearon para que Juan Manuel Santos, el mandatario colombiano que inició las negociaciones, recibiera el ansiado Premio Nobel de la Paz en 2016, como para sellar con broche de oro.

Tres años después, los resultados de estos esfuerzos están a la vista: los antiguos jefes de las FARC, como alias Jesús Santrich, continúan en el negocio del narcotráfico; la producción de cocaína, atribuida a los mismos guerrilleros que supuestamente se desactivaron, ha superado picos históricos. Y la intensidad de la violencia es casi similar a la que había antes de la intervención noruega en 2012.

El crimen tampoco paró. Y lo que fue peor, en pleno proceso de pacificación, las FARC aprovecharon para blanquear $2,000 millones que mantuvieron por años en caletas bajo tierra colombiana producto del narcotráfico.

Las maletas repletas de billetes verdes fueron enviadas por avión desde Colombia a La Habana como valija diplomática por orden de Santos, según el acucioso investigador Douglas Farah, y la bendición de los negociadores noruegos.

El proceso de negociación en Oslo entre factores del régimen y la oposición enfrentan escenarios y retos mucho más complicados cualquier negociación precedente.

Corrupción. Lavado de dinero. Narcomilitares. ELN. Hezbollá. Pranes. Colectivos. Milicias. Torturadores cubanos. Entrenadores rusos. Soldados chinos. Centenares de empresas producto del crimen. Desastre humanitario. Persecución a opositores. País en disolución.

Por si no fuese suficiente, los principales jefes del régimen que Oslo quiere convencer de las bondades de negociar, habitan varias de las galerías de criminales más buscados de Estados Unidos y Europa.

Veamos el caso del propio Nicolás Maduro y su esposa Cilia Flores: ambos mencionados no en una sino en varias acusaciones federales en Estados Unidos como co-partícipes de graves delitos relacionados a narcolavado.

Considérese la vicepresidenta de Venezuela, Delsy Rodríguez. Según la Fiscalía del Sur de la Florida, Delsy forma parte de un complejo cartel que trafica con cocaína procedente de Colombia pero también producida en zonas industriales de Venezuela, con destino a territorio norteamericano, según testigos presenciales que lograron escapar para contar los detalles en un Gran Jurado de la Florida.

Tómese en cuenta el caso de Diosdado Cabello, conocido también como el Pablo Escobar de Venezuela. Acusado de Narco-Jefe por el Imperio pero también por sus propios guardaespaldas, Cabello es el acusado estrella en varias investigaciones criminales que lo describen en términos tan sangrientos que ni él mismo se atrevería a difundir en su estridente programa de televisión.

Hay posiblemente más de un centenar de altos oficiales militares, entre ellos el propio ministro de la Defensa Vladimir Padrino o el ministro de Interior y Justicia Néstor Reverol, sentados aunque en ausencia en el banquillo de los acusados en tribunales federales de Miami y Nueva York.

¿Y qué decir de los “Tareks” de la revolución? El uno, un peligroso narcoterrorista que es considerado un fugitivo de la justicia norteamericana. El otro, un Fiscal General considerado ilegítimo, que levantó un imperio de miles de millones de dólares, y que según testigos, integra el mismo cartel que controla la vicepresidenta Delsy Rodríguez.

Ni hablar de los torturadores y violadores de derechos humanos, que abundan en este régimen como en ninguna otra dictadura en la región.

Debido al principio de separación de poderes, que en Estados Unidos se respeta meticulosamente en esta era de cacería de brujas y radicalismos políticos, en teoría la administración Trump no podría garantizar cualquier oferta que surja de Oslo para perdonar o proteger a alguno de estos personajes responsables de la catástrofe que hoy es Venezuela, de potenciales encausamientos en tribunales federales.

Si Maduro acepta la propuesta que actualmente se discute en Noruega sobre su salida del poder este año, ¿quién garantiza que no se convierta en el futuro en un reo de la justicia de Estados Unidos, cuyo sistema judicial es una maquinaria que nadie puede detener una vez que se enciende?

La salida ideal siempre será, como lo pregonó desde el principio el presidente interino Juan Guaidó, el cese de la  usurpación, gobierno de transición y elecciones libres.

Pero la salida pacífica que promueve Noruega con el apoyo del Grupo de Contacto, parece más un buen propósito que pudiera no tener, como en las negociaciones israelo-palestinas o los acuerdos de paz en Colombia, los resultados deseados.

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