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ANÁLISIS: El legado incansable de la diplomacia y la paz de Bill Richardson

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ANÁLISIS: El legado incansable de la diplomacia y la paz de Bill Richardson

«Richardson tenía una habilidad para ponerse en los zapatos del otro, para aceptar el pensamiento distinto y guardar silencio ante las hostilidades y buscar los puntos concordantes. Siempre estaba buscando un punto medio».

Leocenis García | Primer Informe

El pasado sábado, el mundo perdió a un visionario político y defensor de la paz, el gobernador Bill Richardson. Durante mi experiencia trabajando estrechamente con él en la liberación de ciudadanos estadounidenses en Venezuela, pude presenciar de primera mano su inquebrantable determinación y dedicación a su labor, a pesar de los desafíos que enfrentaba.

Uno de los aspectos destacados de mi colaboración con el gobernador Richardson fue su habilidad para mantener la calma y el enfoque, incluso cuando tenía que interactuar con personalidades difíciles como Jorge Rodríguez, el presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela. Rodríguez, conocido por su temperamento, solía bloquear a las personas en su mensajería de WhatsApp cuando no estaba de acuerdo con ellas, comportándose a veces de manera infantil. Sin embargo, el gobernador Richardson nunca se desalentó y siempre mantuvo su objetivo principal en mente: la liberación de los ciudadanos estadounidenses detenidos injustamente.

El día que nos enteramos de que una delegación de Biden estaba negociando con el gobierno venezolano, llamé al gobernador (trabajé con él en Venezuela debido a sus esfuerzos por liberar a los Citgo 6), y él me dijo: «Esto nos deja fuera, Leocenis. Pero quiero que sepas que este hombre, Roger Carstens, es una persona muy seria”.

Mantengo desde entonces comunicación con Carstens, y sé que es una respuesta a su respeto por Bill Richardson.

Richardson era un hombre con un sentido del humor muy negro. Solía bromear sobre todo y parecía nunca disgustarse por nada. Siempre atendía el teléfono con cordialidad y nunca parecía tener prisa.

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Bill Richardson fue candidato presidencial, gobernador, secretario de Energía, embajador de la ONU y congresista, y pasaba gran parte de su tiempo como diplomático privado trabajando en la crisis que enfrentaban cada vez más familias estadounidenses, encontrando formas de liberar a sus seres queridos injustamente detenidos en el extranjero por gobiernos ideológicamente hostiles a Occidente y Estados Unidos.

Él tenía una habilidad para ponerse en los zapatos del otro, para aceptar el pensamiento distinto y guardar silencio ante las hostilidades y buscar los puntos concordantes. Siempre estaba buscando un punto medio.

La última vez que lo visité a principios de año en Nuevo México, ya en la puerta me preguntó: «¿Qué opinas que deberíamos hacer con los rusos, Leocenis?». La pregunta me dejó perplejo, pero aún más perplejo me dejó que asintiera a mi respuesta: «Darles una salida, siempre hay que darles una salida a los enemigos».

Richardson fue un campeón de la paz porque era un campeón de la negociación. Su reputación como «subsecretario de matones», lejos de tomarlo como una agresión, hablaba de su extraordinaria habilidad para negociar con los déspotas.

El presidente Bill Clinton lo amaba, lo admiraba y le puso ese apodo de «subsecretario de matones». Varias veces, Richardson lo llamó desde el extranjero para comunicarle que llevaba a casa estadounidenses que estaban en manos de sanguinarios como Saddam Hussein.

A los 75 años, Richardson era uno de los actores privados de Estados Unidos de más alto perfil trabajando para liberar a prisioneros y rehenes estadounidenses en lugares remotos.

Él negoció acuerdos en el pasado con Fidel Castro, Saddam e incluso Hugo Chávez. Trabajó en situaciones de rehenes en Rusia e Irán, China y Afganistán. Estaba trabajando arduamente por Paul Whelan, el exmarine que aún se encuentra detenido en Rusia, así como por un estadounidense encarcelado durante mucho tiempo en Irán y un hombre encarcelado en Venezuela, cuyo gobernador del estado natal había pedido ayuda a Richardson.

En los últimos 15 meses, 19 familias se habían reunido con sus seres queridos gracias a Bill Richardson. En diciembre, la estrella de baloncesto de la WNBA Brittney Griner salió libre de una prisión rusa a cambio del traficante de armas ruso convicto Viktor Bout. Si bien solo el presidente puede aprobar intercambios de tan alto perfil, puedo asegurar y sé de lo que hablo, que la arquitectura de ese intercambio la hizo Richardson. Lo vi preocupado por meses, dedicado a tiempo completo a ese caso.

En cada una de mis visitas a Nuevo México, donde se encontraba la oficina del gobernador Richardson, pude apreciar su calidez y hospitalidad. Su disposición para escuchar y aprender de los demás era evidente, y siempre buscaba el diálogo como una vía para encontrar soluciones y alcanzar una salida negociada a los conflictos. Fue un firme creyente en la necesidad de una relación amistosa entre Estados Unidos y Venezuela, reconociendo que el diálogo y la cooperación eran fundamentales para resolver las diferencias y promover la paz en la región.

Recuerdo con especial cariño nuestra conversación del pasado miércoles, cuando recibió la nominación al Premio Nobel de la Paz.

El gobernador Richardson siempre mostró un profundo respeto por el pueblo venezolano y su lucha por la libertad y la democracia. En sus comunicaciones con el gobierno venezolano solía referirse a mí como su representante en el país, reconociendo mi compromiso con la causa y mi trabajo en busca de soluciones pacíficas.

El legado de Bill Richardson será recordado como el de un líder valiente y comprometido con la búsqueda de la paz y la justicia. Su incansable dedicación a la diplomacia y su disposición para encontrar una salida negociada a los conflictos son ejemplos inspiradores para todos nosotros. Su nominación al Premio Nobel de la Paz es un merecido reconocimiento a su labor incansable.

En memoria del gobernador Bill Richardson, recordemos su mensaje de paz y diálogo como guía para abordar los desafíos globales y construir un mundo mejor para las generaciones

Bill Richardson, este hombre, su causa y su gente, merecen el Premio Nobel de la Paz. Espero que como homenaje póstumo le sea otorgado. Es hora de levantar un movimiento que promueva que su nominación pase a concretarse a un Premio Nobel de la Paz.

El Nobel de la Paz no necesariamente lo merece quien menos mata, también lo merece quien mata a los malos. Y lo que hizo Bill Richardson es matar a los malos en cada negociación, porque quitarles un rehén es una forma de matarlos. De hacerlos débiles.

Pensaba verlo en mi próximo viaje a Estados Unidos. Mi equipo estaba en contacto con su secretaria. Me ha dolido muchísimo saber que no podré visitarlo más. Pero me quedan sus consejos, lo mucho que me apoyó, y su fe en que yo sería parte de la solución de Venezuela. Hasta luego, querido gobernador Richardson.

 

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